Historias 30 marzo 2023

Llena de fe y valor

Rania conoció a Jesús cuando su hijo fue sanado milagrosamente.

 

 
Una familia rural de trasfondo musulmán de Egipto encontró a Jesús. Una gran bendición. Sin embargo, aunque conocer a Cristo es la mejor experiencia que un ser humano puede tener, el camino que sigue tras la conversión no siempre es fácil. Rania* cuenta su historia y cómo han sido sus vidas desde que aceptaron a Cristo.
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Me llamo Rania y tengo 33 años. Ahora soy cristiana, pero nací en una familia musulmana. Si mostrase mi rostro podría perder la vida, ya que los extremistas o incluso mi propia familia me mataría si viesen mi foto en Internet y leyeran que he renunciado al islam. Sin embargo, quiero compartir con otros creyentes lo que es ser madre en una familia cristiana clandestina, y por ello le he pedido a una amiga que transmita mi historia.

Provenimos de un sencillo pueblo cerca de El Cairo. Mis vecinos eran musulmanes fieles, y nosotros no éramos diferentes. Cada vez que salía, lo hacía con el velo puesto, con miedo de que alguna parte de mi cuerpo se viese y eso pudiese ser considerado como algo sensual y trajera vergüenza a la familia. Desde muy pequeña me dijeron que mi propósito era casarme, tener hijos y satisfacer a mi marido. No sentía que yo tuviese un gran valor.

  

«Fue en ese momento cuando entregué mi vida a Jesús».

Mi marido fue el primero en entregar su vida a Cristo. A mí no me gustó nada, ya que me habían enseñado que los cristianos eran infieles y que convertirse al cristianismo era pecado. Pero un día nuestro hijo mayor se puso tan enfermo que temimos por su vida.

Mi marido comenzó a orar por él, pero yo no le di mucha importancia. Sin embargo, mientras mi marido oraba, de repente mi hijo dejó de temblar y la fiebre que tenía bajó. Cuando mi hijo abrió los ojos, nos dijo: «Vi a Cristo en la cruz, mirándome y diciéndome: “Niño, levántate”». Ni siquiera pude permanecer de pie. Caí al suelo, de rodillas, junto a mi marido, llorando y dando gracias a este Dios que no conocía

Ora con Rania
  • Da gracias a Dios por Rania, Sameh y sus hijos, y ora para que su fe sea firme.

  • Ora por las mujeres cristianas de todo el mundo que esconden su fe para sobrevivir.

  • Ora para que nuestras hermanas perseguidas alcancen el potencial que Dios les ha dado.

Fue en ese momento cuando entregué mi vida a Jesús. A menudo, este tipo de historias termina con: «Fueron felices para siempre». Pero este no es el final de la historia, sino más bien el principio.

Una oración por Rania
Señor, te doy gracias por la vida de Rania, Sameh y sus hijos. Te ruego que los ayudes a mantenerse firmes y que ayudes igualmente a otras mujeres con situaciones similares a la de Rania a permanecer junto a ti. Oro para que permitas que cada cristiana pueda desarrollar todo el potencial con el que tú la has creado. Amén.

Como decía, nuestro pueblo era estrictamente musulmán. De cara al exterior nada había cambiado, ya que no podía dejar de llevar el velo. Convertirse al cristianismo es considerado una vergüenza para la familia, algo que para los musulmanes está prohibido, por lo que, si queríamos vivir, teníamos que convertirnos en cristianos clandestinos.

Cuando eres un cristiano clandestino, tu propia familia es tu iglesia. Sameh, mi marido, y yo estudiábamos juntos la Biblia, hablábamos de Jesús a nuestros hijos y orábamos juntos. Fue un gran viaje para nosotros, nunca habíamos estado tan unidos y ahora estábamos aprendiendo lo que significaba apoyarnos mutuamente como matrimonio.


Cuando naces en una familia cristiana, no eres consciente de la diferencia entre la visión del mundo del cristianismo con la del islam. Las cosas que aprendí sobre mí misma desde joven eran muy dañinas, pero estaban profundamente grabadas en mi alma: «No tienes valor, debes permanecer oculta».

«Como familia, hemos decidido que no nos rendiremos».

Lleva tiempo desprenderse por completo de esas convicciones. Fue en los seminarios para mujeres organizados por un colaborador de Puertas Abiertas, donde recibí ayuda en ese sentido. Las hermanas me ayudaron a superar los traumas de mi pasado y entendí de parte de Dios que soy valiosa y que, de hecho, ¡soy su hija amada!
 
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Lo más duro de este proceso fue ver el sufrimiento de mis hijos. Tuvieron que dejar atrás al resto de su familia, a sus amigos, a su escuela y adaptarse a una vida distinta y con menos dinero. Los educamos como cristianos dentro de casa, pero fuera tienen que comportarse como musulmanes, igual que nosotros. Se me rompió el corazón cuando un día me dijo mi hijo mayor:

«¿Por qué me ha salvado Dios de morir? Preferiría haber muerto a tener esta vida». Se deprimió tanto que ya no quería ir al colegio, ya que tenía miedo de cometer un error y que la gente supiese que era cristiano. A Sameh y a mí, que éramos nuevos creyentes, nos resultaba difícil responder a estas preguntas.

Hablamos de esto con gente del ministerio, pero lo que más ayudó a mi hijo fue cuando le invitaron a un campamento con otros niños que vivían situaciones similares a la suya. Allí hizo muchos amigos, ya no se siente tan solo y ha vuelto a ser feliz. Ahora incluso le cuenta historias de la Biblia a su hermano pequeño.

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Hace poco comenzó un nuevo capítulo en nuestras vidas, ya que ahora dirigimos un grupo de discipulado en nuestro hogar, que se ha convertido en una iglesia en casa. Me considero una mujer inteligente, pero nunca tuve la oportunidad de desarrollarme. El ministerio nos está ofreciendo formación en liderazgo y tengo ganas de comenzarla.

Por favor, si lees esto, ora por nosotros. Cambiar tantas cosas no nos ha resultado fácil, pero Dios nos está ayudando y hemos salido adelante. Como familia, hemos decidido que no nos rendiremos. Dios sigue siendo bueno.



*Nombre cambiado por motivos de seguridad.