Si visitas el refugio del pastor Soré justo después de la temporada de lluvias, te sorprenderá su estado. Como es de esperar, los dos grandes árboles que flanquean el refugio de la familia estarán verdes, gracias al agua. Pero también verás unos atados de mazorcas de maíz colgando de sus ramas. Casi parece que crecen en los árboles de Burkina Faso. Pero la cruda realidad es que Soré y su familia cuelgan su cosecha de mazorcas de estas ramas para secarlas y para que no las coman los animales.
La familia no tiene otra forma de proteger la cosecha, que es vital para su supervivencia. Viven al abrigo de un refugio casero desde que huyeron de la violencia en su aldea.
¿Por qué tienen que vivir así? Por causa de su fe en Cristo Jesús.
Cuando un colaborador de Puertas Abiertas se reunió con este pastor africano era la temporada cálida. Durante este periodo abrasador, los Burkinabé (se les llama así a los habitantes de Burkina Faso) viven a expensas de los estragos de los meses más calurosos y secos. A su alrededor, el panorama es de varios tonos de marrón y pardo, y tendrán que esperar al menos dos meses más antes de pensar siquiera en sembrar.
«Estamos desilusionados con nuestra situación. No sabemos cómo mejorarla, pero confiamos en que Dios obrará algún cambio»
De momento, tendrán que resistir con los pocos alimentos que han podido recolectar de la cosecha del año anterior, ahora colgados de las ramas de los árboles, como símbolo de la vida de las personas desplazadas (en todo África Subsahariana, son más de 16 millones de cristianos los que viven de esta manera).
A pesar del entorno y la situación deprimentes, se ve mucha actividad alrededor de las chozas de paja donde duerme la familia. Los niños más pequeños están jugando. Awa, la madre de Soré, está ocupada confeccionando algo que pueda intentar vender para ganar algo de dinero. Teresa, su mujer, está preparando la comida. Las hijas adolescentes han ido a buscar agua.
No hay tiempo para el ocio, pero no están tristes. Se oyen con frecuencia risas y cantos. Sólo la pequeña bebé, Ester, llora un poco hasta que, mecida y acurrucada, se duerme, contenta. Cuando conoces a esta familia, sientes la alegría contagiosa que emana de todos ellos. Es como una luz resplandeciente en medio de una situación muy oscura en Burkina Faso. Es casi un milagro.
Más milagroso todavía es la historia de cómo llegaron a vivir en esta parte del país que ocupa el puesto 20 en la Lista Mundial de la Persecución 2024.
«Habíamos oído hablar de los ataques. Ocurrían cada vez más cerca de nuestra zona, hasta que una noche llegaron a nuestra aldea», cuenta el pastor Soré. Habla impasible, lo que es característico de los Burkinabé. «Cuando llegaron, empezaron a disparar al aire como advertencia, y todos los hombres huyeron de inmediato».
Nos explicó luego que esta reacción era lógica y sensata, porque los extremistas de Burkina Faso tratan de una forma muy diferente a los hombres y a las mujeres. «Consideran terroristas a los hombres y son su principal objetivo», explica. «Esto ya lo sabíamos nosotros y por eso, en cuanto llegaron a la aldea, todos los hombres huyeron. Cuando los extremistas se dieron cuenta, entraron en cólera. Obligaron a todas las mujeres a entregarles el dinero de sus maridos. Cogieron todo lo que pudieron y se marcharon».
A pesar del robo, la iglesia del pastor Soré había salido prácticamente ilesa, sin bajas.
Pero entonces llegó el segundo ataque.
También ocurrió de noche. «Pasó bastante tiempo, y de repente volvieron», recuerda Soré. «En cuanto se enteraron de que los terroristas estaban de camino, los hombres huyeron de nuevo. Al no encontrarlos, violaron a todas las mujeres en sus propias casas. Los hombres volvieron a la mañana siguiente, se enteraron de las terribles violaciones y la aldea entera lloró a una, sufriendo muchísimo».
Por desgracia, no había terminado el trauma de la aldea de Soré. La comunidad sufrió un tercer ataque a principios de 2023, y esta vez los terroristas prendieron fuego a toda la aldea y la gente tuvo que huir para salvar la vida.
«Después del tercer ataque tuvimos que abandonar la aldea», recuerda. Y así, de golpe, el pastor Soré y su familia se convirtieron en un número más de una terrible estadística. Los ataques terroristas en Burkina Faso han desplazado ya a más de dos millones de personas. Son varios los grupos yihadistas responsables de la insurgencia que ha obligado a huir hacia el norte de Burkina Faso a muchos seguidores de Jesús. En muchas ocasiones, los cristianos son su blanco preferido.
«Suponemos que son extremistas musulmanes por lo que dicen antes y después de perpetrar sus acciones», dice Soré. «Siempre comienzan y terminan proclamando Allahu akbar, que significa ‘Alá es grande’».
«Cuando aparecen los terroristas y encuentran una iglesia cristiana, siempre les dicen que el tiempo del cristianismo se ha acabado y que deberían abrazar el islam. Advierten a los cristianos que no deberían celebrar su culto. Luego se van, y cuando vuelven, si te encuentran en la iglesia, te matan».
Es cierto que existe un aspecto socioeconómico que influye en la insurgencia, pero la motivación religiosa sigue siendo el factor más determinante en esta terrible violencia que está desplazando a millones de personas por todo África Subsahariana. Ni siquiera los musulmanes moderados están a salvo de los yihadistas.
«Cuando volvieron la tercera vez, no se libraron tampoco los musulmanes», explica Soré. «Quemaron los bienes de todo el mundo, tanto cristianos como musulmanes. Ahora, cuando secuestran a alguien, le dicen que recite el Corán y si no es capaz de hacerlo, le matan. Los cristianos sabemos que los terroristas nos odian».
La vida de Soré se transformó en un instante. En la aldea tenía una iglesia próspera, una familia y una casa con habitaciones y camas para dormir. Tenían fácil acceso a agua potable y podían cultivar el campo para alimentar a la familia. Los niños iban al colegio. Pero ahora, todo eso ha cambiado.
La primera ciudad a la que llegaron estaba ya desbordada de desplazados que buscaban refugio, así que decidió llevar a su familia a Uagadugú, la capital de Burkina Faso.
«Tardamos cuatro días en llegar a la capital. Estábamos muy cansados. Caminamos durante tres días sin encontrar ningún medio de transporte que nos llevara. Las mujeres y los niños pasaban las noches en la cuneta de la carretera, mientras yo iba de un lado para otro en busca de algún medio de transporte».
En esas fechas, Teresa estaba embarazada de su hija pequeña, Ester, y su hijo Wenkun tenía cuatro años. Pero «la familia» actual cuenta con más de cuatro personas. El pastor Soré y Teresa cuidan de otros 15 creyentes, la mayoría de ellos niños y chicas adolescentes que son huérfanos o que han sido encomendados a su cuidado. Es una carga preciosa pero intimidante para este joven pastor.
«Por la gracia del Señor, por fin encontré a alguien que iba a Uagadugú y que accedió a llevarnos junto con todas nuestras pertenencias. Estaba muy preocupado por mi familia y por su fe. Me preguntaba si conservarían la fe tras las experiencias tan devastadoras por las que habían pasado. Le he pedido a Dios que les ayude a no apartarse nunca de su camino, vayan a donde vayan en el futuro».
La iglesia del Pastor Soré en su aldea natal estaba compuesta principalmente de conversos del islam. Por eso le preocupaba que, sin el apoyo que necesitaban, pudieran decidir volver a la fe musulmana. A pesar del sufrimiento y la humillación de haber tenido que abandonar su aldea, el pastor conserva su pasión por Dios.
«Cuando dejamos la aldea, estaba convencido de que los que me acompañaban de la iglesia permanecerían en la fe, pero no sabía qué pasaría con el resto. Por lo que a mí se refiere, jamás renunciaré a mi fe en Jesús. La salvación es tan valiosa que tenemos que salvaguardarla bajo cualquier circunstancia. Por eso me preocupaba la fe de los demás»
Aunque estaban ya cerca de la capital, la familia no sabía qué tenía que hacer o dónde tenía que ir. Casualmente, coincidieron con otro pastor mientras iban de camino y le contaron su situación. Cuando se enteró, les ofreció un terreno de su propiedad. No tenía vivienda ni infraestructura, pero al menos era un lugar seguro.
Así es cómo el Pastor Soré, Teresa y otras 15 personas más se instalaron en el terreno.
«Estábamos tristes cuando llegamos a ese terreno baldío», recuerda el pastor. Ha pasado ya un año desde su llegada, y el aspecto del lugar todavía es desolado y duro.
Muchos desplazados acaban viviendo con familiares o son acogidos en campamentos para desplazados internos. Pero estos sitios tan sobrecargados no eran una opción para el grupo liderado por Soré, y no tenían familiares que les acogieran. Este terreno inhóspito era su única alternativa.
«Uno de nuestros primeros problemas era la disponibilidad de agua», nos cuneta. «Empezamos a buscar y encontramos una fuente a unos 2 kilómetros de distancia».
Los bidones tienen una capacidad de unos 20 litros de agua, que es una carga muy pesada incluso para una carreta. Además, durante la temporada de lluvias el terreno se pone fangoso y es aún más difícil pasar por allí. La familia oró, pidiendo a Dios una solución, y después de un tiempo, pudieron conseguir un burro para tirar de la carreta y así es como tienen agua … ¡siempre que coopere el burro!
Quedaba el problema de algún tipo de estructura que les abrigara. «Fue muy duro de soportar. Estuvimos dos días durmiendo completamente a la intemperie. Luego nos metimos en los matorrales, cortamos estacas y las cubrimos con lonas para hacer un refugio rudimentario provisional». Con el tiempo, la familia ha ido añadiendo más lonas y chatarra para ampliar aquel refugio inicial.
El nuevo refugio está instalado, pero sigue sin ser suficiente. Durante la temporada de lluvias, se filtra el agua en las zonas de dormir. En la temporada de sequía, el calor es tan extremo que nadie puede permanecer bajo las lonas. Cuando hace frío, tanto la tierra como las lonas se enfrían y es difícil dormir. Cuando llueve, la tierra permanece húmeda y atrae los mosquitos. Vivir aquí es muy duro.
«Estamos desilusionados con nuestra situación. No sabemos cómo mejorarla. Confiamos en que Dios obrará algún cambio», dice el pastor.
La condición del refugio es sólo uno de sus problemas. El terreno está en una zona muy remota y no hay gente cerca. «Si tuviéramos un problema de seguridad, ¿quién podría ayudarnos? ¿Quién nos ayudaría en este lugar si alguno enferma o muere? Si vienen ladrones, ¿qué vecino podría venir a socorrernos»?
«Como estamos lejos de la civilización, tenemos otro problema. Se acercan las serpientes cuando ven las luces. Me pasaba la noche vigilando y matando serpientes mientras dormía la familia. También las lluvias traen las serpientes que buscan un lugar seco».
Aparte de todo eso, se trata de un lugar muy inhóspito. Teresa tiene que preparar la comida para toda la familia en un lugar abierto, desprotegido del viento, polvo y calor. Cuando llueve significa que no hay fuego para cocinar y la familia tiene que esperar hasta que se seque la tierra para comer algo. Y la condición desolada del terreno no permite al pastor Soré cultivarlo ni hacer cualquier otro trabajo para sustentar a la familia.
«No había ningún tipo de labor que pudiera hacer para ganar dinero, no podía sustentar a mi familia», se lamenta. «Me preguntaba qué clase de trabajo podía hacer en este lugar solitario donde no hay gente para negociar. Ha sido muy duro, pero no tenía otra alternativa que seguir adelante como pudiera en las condiciones que había».
Aun así, con todos estos desafíos, el sufrimiento y la incertidumbre, el pastor Soré mantiene firme fe. Da gloria y gracias a Dios siempre por los recursos limitados que tiene la familia.Gracias a las oraciones y el apoyo de los colaboradores de Puertas Abiertas, hemos entregado un paquete de recursos de emergencia al pastor Soré y su familia, para ayudarles a ver que, aunque estén desplazados, no están solos ni olvidados. «Mientras seguíamos con todas estas luchas, alquien me pidió que diera testimonio de ellas. Así es cómo me pusieron en contacto con Puertas Abiertas».
«Lo primero que hicieron fue orar por nosotros, y ha sido una auténtica bendición. Me consoló saber que mi testimonio podía servir para animar a otras personas que atraviesan situaciones parecidas. Además de la oración, vuestro ministerio me proporcionó semillas y fertilizantes para que pudiera cultivar productos para mi familia. También nos ayudaron con alimentos básicos, como arroz y aceite. Damos gracias a Dios de todo corazón por estas bendiciones y damos gracias al ministerio de Puertas Abiertas».
Los colaboradores de Puertas Abiertas han podido ayudar a personas desplazadas como el pastor Soré en Burkina Faso y en otros países de África Subsahariana donde los cristianos son expulsados de sus hogares por motivo de su fe cristiana. En estos momentos, hay 16,2 millones de seguidores de Jesús que se encuentran desplazados por su fe, muchos de ellos como blanco específico de la persecución hacia los cristianos. Sus necesidades son enormes. Tus oraciones y apoyos son muy importantes para detener la violencia e impulsar la regeneración de los desplazados. El pastor Soré ya ha experimentado el comienzo de este proceso, pero queda todavía un largo camino por delante.
También hemos apoyado a Soré y su familia en su esfuerzo por sobrevivir y vivir para Jesús. La fe inquebrantable de este pastor africano es un gran testimonio de la resiliencia de la Iglesia perseguida. «Lo que más me ayuda a conservar la fe es la verdad de que puedo sufrir físicamente, pero mi espíritu, que está en Cristo, nunca estará afectado por el sufrimiento físico. Dios Todopoderoso está conmigo; me bendijo cuando estaba en la aldea en tiempos buenos, y también está conmigo y es soberano sobre los actuales tiempos duros y difíciles».
«Todas estas personas que están conmigo comparten la misma fe. Nunca murmuran ni se quejan de nuestra situación. Estamos desplazados, sí, pero Jesús nunca estará desplazado de nuestra vida. Está siempre con nosotros. Esta verdad fortalece mi fe y me ayuda en los tiempos difíciles, Dios es me alegría».
«Estamos desplazados, pero Jesús nunca será desplazado de nuestras vidas»
A pesar de su situación, el pastor Soré sigue ilusionado con su ministerio. «Mi intención es establecer un lugar fijo para mi ministerio, y se lo estoy pidiendo a Dios. El plan que Él tiene para mí no es sólo servir a mi familia. Antes era pastor de una iglesia, con mucha gente a mi cargo. Necesito un lugar donde pueda plantar una iglesia y continuar en el ministerio como antes. Confío en Dios y le pido que algún día me saque de este lugar y me de otro nuevo para hablar de Él a las personas».
«Mi llamado sigue estando presente en mi corazón, y me entristece no poder desempeñarlo aquí», continúa. «Actualmente, pueden pasar 12 meses sin que comparta con nadie sobre Dios. Quiero hacerlo, pero las circunstancias no me lo permiten. Clamo a Dios para que me abra el camino para seguir compartiendo sus buenas noticias. Era el trabajo que hacía antes de venir aquí».
Parece que todo el sufrimiento que ha soportado Soré ha ido preparando su corazón para un futuro ministerio. En un lugar como Burkina Faso donde los cristianos son brutalmente atacados por motivo de su fe cristiana, un corazón entregado a Dios como el de este pastor puede convertirse en un poderoso instrumento de Dios para llegar a personas que sufren, tal y como él mismo explica:
«La Biblia dice que vendrán bendiciones sobre la cabeza del justo, pero también que puede tener que caminar por tiempos difíciles. Cuando leo la Biblia, veo que los líderes afrontaron muchas dificultades a lo largo de su vida. Pueden ser dificultades de otro tipo, pero también me puede tocar a mí pasar por ellas, y la verdad sobre el sufrimiento es que nunca es eterno… pero Jesús sí es eterno. Estoy convencido de que un día Cristo Jesús pondrá fin a todo sufrimiento, para siempre».
Muchas de las mazorcas que colgaban del árbol el año pasado ya han sido comidas. Sólo queda un atado, que tendrá que racionarse para que toda la familia del pastor Soré pueda tomar una porción. La falta de alimentos es un constante, pero la fiel provisión del Señor también lo es.
«Va quedando muy poco maíz, pero sé que nunca nos faltará comida», nos asegura el pastor Soré. «Cristo está con nosotros, y cuando se agota el maíz, nos proporcionará otra cosa. Nunca me preocupo por la comida. Es menos importante que la vida, y mientras siga vivo no me faltará nunca alimento. Puede que no tenga dinero, pero tengo fe en Jesús, que siempre es fiel. Él puede inspirar a otras personas a ayudarnos con la comida».
Las conversaciones con el pastor Soré están llenas de sorpresas. El sufrimiento que ha experimentado está siempre presente. El refugio es inadecuado, escasean la comida y el agua, el dolor de haber sido expulsados de su casa por extremistas sigue también presente cada día. Sin embargo, el dolor y el horror no son el resultado final de todo lo que les ha pasado. Al contrario, su legado es su fe milagrosa en Jesús y el hecho de que este mismo Dios es el que da esperanza y que sostendrá la Iglesia en Burkina Faso para futuras generaciones.
«La alegría y la paz que tenemos es del Señor. Con Él estamos gozosos y confiados», son las palabras de este pastor africano. «La gente de mi familia ya ha experimentado la mano de Dios en el pasado, y saben que ese mismo Dios está con nosotros ahora y siempre. No acuden a mí para resolver sus problemas, sino que buscan a Dios. Realmente, Él ha hecho posible que vivan victoriosos en medio de los problemas. Mi familia no vacila ni ante el sufrimiento ni ante la abundancia. Su foco de atención es Jesús, sólo Jesús. Si pides al más pequeño que ore o comparta algo, lo puede hacer. Mi misión es hacerles crecer en la imagen de Jesús. En Él son transformados».