
(Atención: el artículo contiene referencias a abuso sexual violento)
Cuatro semanas después de casarse, Rifkatu fue secuestrada en Nigeria (el país donde más cristianos son asesinados en todo el mundo y el séptimo más peligroso para creer en Jesús, según datos de la Lista Mundial de la Persecución 2025).
Durante aquellas cuatro semanas, ella y su marido (el pastor Zamai*), se permitieron soñar con una vida mejor. Sabían que no sería fácil; después de todo, los militantes fulani los habían echado de sus casas y granjas junto a todas
sus familias.
Pero, ¿una nueva vida juntos, una oportunidad para construir un nuevo hogar y una nueva familia? Ese era el sueño que parecía posible para la pareja cuando se hicieron los votos ante Dios y su comunidad.
Pero justo cuatro semanas después, esos sueños se convirtieron en cenizas.
Esa mañana, Rifkatu, Zamai y sus familias habían decidido arriesgarse a volver a sus granjas y terrenos de cultivo para recoger los frutos, porque la comida escaseaba.
Hacia el atardecer, cuando ya habían recogido lo suficiente para comer, Zamai llevó a su anciano padre y a su hermana pequeña a su nueva casa en moto, y les dijo a todos que le esperaran en la casa vieja
hasta que volviera.
«Nos han hecho esto porque somos cristianas. No podíamos movernos ni volvernos. Nos dijeron que no querían que nos moviéramos porque los colchones no se mueven»
Cuando las dos mujeres volvieron a oír el sonido de la moto, salieron afuera creyendo que Zamai ya había vuelto. Pero no era Zamai.
«Mi cuñada me dijo: ‘son los militantes fulani’», recuerda Rifkatu.
«Me volví y vi a algunos de ellos venir a por nosotras en sus motos. Mi cuñada dejó caer las batatas que llevaba sobre su cabeza.
‘Empecemos a correr’, me dijo.
‘¿Podremos escapar?’, le pregunté.
‘Hagámoslo’».
«Corrimos hacia el monte. Otras dos motocicletas comenzaron a perseguirnos. Nos dijeron que o parábamos, o nos disparaban. Cuando nos detuvimos, preguntaron por qué corríamos, que si no eran suficientes los hombres de esta comunidad para nosotras. Uno de ellos dijo que montáramos en las motos». Las dos mujeres sabían que, si corrían, las dispararían.
«Le dije a mi cuñada que se subiera en su moto, y yo me subí en la otra».
Rifkatu comenzó a llorar cuando se sentó. «El que conducía me preguntó por qué lloraba», recuerda. «Le dije que estaba casada, pero él me respondió: ‘si (tu) marido fuese fuerte, te habría rescatado de (nuestras) manos’».
Los extremistas llevaron a Rifkatu y a su cuñada a una casa abandonada y las separaron, cada una en una habitación. Durante la noche, varios hombres las agredieron sexualmente.
«Allí, tres personas durmieron conmigo», denuncia Rifkatu. «Un hombre entró. Yo hice como que me había desmayado, y él comenzó a violarme. Me desperté como si estuviera soñando. Entonces me dijo, ‘Así que lo estabas disfrutando’.
A mi cuñada la violaron todos. Eran unos cinco».
Pero los horrores solo acababan de empezar.
Al día siguiente, los militantes llevaron a Rifkatu y a su cuñada a su campamento, donde otros cristianos también estaban retenidos allí.
Rifkatu notó una actitud específica hacia las mujeres cautivas. «Nos han hecho esto porque somos cristianas», dijo. «Desde que llegué a ese campamento, entre todos los que estaban secuestrados no vi a ningún musulmán».
En el campamento, el terrorífico abuso continuó...
«Nos pidieron a mi cuñada y a mí que nos tumbáramos», recuerda Rifkatu. «E hicieron turnos… diciendo ‘Este colchón es dulce’. Cuando llorábamos, decían: ‘los colchones no lloran’. Decían que ahora éramos sus colchones».
«No podíamos movernos ni volvernos. Nos dijeron que no querían que nos moviéramos porque los colchones no se mueven. Un hombre me reventó los labios; al caer su cabeza cayó sobre mi boca y la sangre empezó a fluir».
Rifkatu estaba tan desesperada porque todo acabara que mintió diciendo que estaba embarazada, esperando que eso detuviera al hombre que le estaba haciendo daño. «Él dijo: ‘¿Crees que estoy jugando contigo?’, y me dijo que me tumbara, y terminó lo que estaba haciendo».
A pesar de todo lo que le estaba ocurriendo, en su corazón, Rifkatu oraba. Era todo lo que podía hacer.
«No perdí la esperanza en aquel lugar», asegura. «Al principio, cuando me cogieron, no sabía si Dios era real o no. Pero después de estar en las manos de aquellos hombres, dependí solo de Dios y esperé a ver lo que Él haría».
Rifkatu aprendió rápidamente que, aún algo tan simple como una oración podría resultar en más abusos. «Una mujer anciana en el campamento me dijo que dejara de orar porque si me descubrían, traería problemas. Pero yo le dije: ‘Sé que mi marido está orando por mí, para que Dios no permita que mi vida termine en este lugar’. En mi corazón, oré: ‘Tú eres el Dios que salvó a Sadrac y Mesac. Si eres el mismo Dios, que nunca cambia, sé que volveré a casa’».
Al día siguiente, a mediodía, Rifkatu comenzó a tener dolor de estómago por el abuso que había soportado. Desde que sus captores creyeron que estaba embarazada, cuando veían sangre, creían que Rifkatu estaba teniendo un
aborto.
En algunas partes de Nigeria, algunos musulmanes siguen un tipo de islam folk, una mezcla de creencias del islam y de religiones folclóricas tradicionales.
Una de las creencias tradicionales es que la sangre de la mujer trae mala suerte y podría exponerlos a sus enemigos. Así que, cuando se extendieron los rumores de que Rifkatu había tenido un aborto, el jefe del campamento se alarmó mucho.
«(Mis captores) llamaron al jefe y le dijeron que la mujer que trajeron tuvo un aborto», recuerda Rifkatu. «Y él dijo: ‘¿en el campamento?’. Le dijeron: ‘Sí’».
A la mañana siguiente, el líder del campamento mismo vino donde estaba Rifkatu.
«Me preguntó: ‘¿Te violaron?’. Dije: ‘Sí’. Entonces, se disculpó por lo que había ocurrido. Prometió llevarme a casa y no exigir ningún rescate por mí. Dijo que incluso si intentaba obtener algo de dinero por mí, no funcionaría por el aborto que había tenido».
El líder del campamento llevó a Rifkatu y a su cuñada a la iglesia de un pueblo cercano, y desde allí las dos mujeres lograron volver a casa.
Al principio, Rifkatu fue bienvenida por su familia y comunidad.
«El día que mi mujer volvió a casa, mi corazón estaba lleno de gozo», recuerda el pastor Zamai. «Dios había respondido mi oración para que fuera liberada».
Pero pronto, el trauma por todo lo vivido comenzó a salir a la superficie. Rifkatu sentía terror ante los hombres, incluso ante su recién estrenado marido.
«Había mucho miedo en su corazón», comparte Zamai. «A veces, cuando estábamos juntos, llegaba a asustarse y decía que tenía miedo de mí. Lo que le ocurrió afectó a nuestra relación. Yo comencé a pensar: ¿Es esta mi esposa, la mujer que conozco y con la que me casé?».
«No quería que se me acercara ningún hombre», explica Rifkatu. «Si alguno iba a tocarme, me sentía asustada. Incluso si solo se pone a hablarme. Pero (Zamai) nunca se rindió. Me dijo que no debía preocuparme. Y siguió diciéndome que me sintiera en libertad con él como solía hacer antes, porque él no había cambiado y era aún mi marido. Comencé a acostumbrarme de nuevo a él».
Como dos meses después, Rifkatu se quedó embarazada. «Yo estaba tan lleno de gozo cuando me dio la noticia…», celebra Zamai.
Pero unos meses después de que naciera su hija, notaron que la comunidad había comenzado a distanciarse de Rifkatu y su bebé. Quedó claro que, debido a los problemas durante el parto, la hija de Rifkatu había sufrido un retraso de desarrollo.
Ahí fue cuando los rumores comenzaron a circular. Sin base alguna, la gente comenzó a sugerir que la hija de Rifkatu era de un extremista.
«Después de percatarse de la condición de nuestra hija, la gente comenzó a esparcir rumores: que si era de los militantes fulani; que si no era un bebé real, sino de los extremistas que la secuestraron», se lamenta Zamai. «Porque ellos saben que, cuando estos fulani secuestran mujeres, (casi siempre) las violan. Y comenzaron a pensar que nuestra hija era una niña malvada».
Rifkatu añade: «Dijeron que (el retraso es) porque los militantes fulani me secuestraron, y por los espíritus malignos que encontré allí. Algunos de la comunidad dijeron (que nuestra bebé) no se parece a nosotros. Otro dijo: ‘Parece fulani’».
Ese injusto trato incluso empeoró, hasta llegar a romperle el corazón. «Se hizo muy difícil para mí», recuerda Rifkatu.
«Incluso (entre) los miembros de nuestra iglesia, las mujeres no querían entrar en mi casa porque sentían que, si me visitaban y mi hija las miraba, acabarían pariendo bebés con su misma condición. Nadie quería acercarse a mí, ni siquiera mi familia y amigos. Si mi hija está enferma, y estamos en el mismo pueblo, no verás a nadie venir a saludarnos».
«Incluso si voy a una reunión de mujeres, no llevo a mi hija», continua. «La dejo con mi suegra. Si no, la gente preguntará: ‘¿Es tu hija? ¿Qué le pasa? No se parece a ti’. Estoy harta de eso».
Esta experiencia es demasiado común para las mujeres en Nigeria, y en toda África Subsahariana. Las víctimas de violencia sexual saben que, cuando vuelven a casa, son tratadas con sospecha, como si el brutal trato soportado las
hubiera contaminado.
Esa es la razón por la que la violencia sexual es usada contra los cristianos: porque el resultado del abuso va más allá del individuo, separando familias y comunidades cristianas, dejando a la Iglesia más débil.
Gracias a Dios, los colaboradores locales de Puertas Abiertas fueron capaces de poner en contacto a Rifkatu con Asebe*, una voluntaria del centro de atención postraumática sostenido por Puertas Abiertas en Nigeria, donde se ofrece ese tipo de ayuda. Cada año, el centro cuida de miles de mujeres que han experimentado persecución violenta debido a su fe.
«La mayoría de ellas vienen con problemas de sueño, miedo, preocupación sobre qué comer, dónde estar», explica Asebe. «Algunas vienen con un problema de soledad. Otras, con temor por no saber cuándo los atacantes volverán de nuevo. Y las víctimas de violación lidian con la estigmatización. Son juzgadas y rechazadas por la gente, incluso por sus seres queridos, y por la comunidad en la que viven. Así que todo puede crear un trauma muy grande».
Ese trauma acarrea cambios en el comportamiento y actitud de las víctimas, como reflejo más bien del dolor de la herida que de su personalidad real.
Este ha sido el caso de Rifkatu. «Cuando llegó al centro, estaba enfadada», recuerda Asebe. «Vino muy triste; no sonreía a nadie. Incluso dudaba de la existencia de Dios. Había perdido la esperanza en la vida».
Ese sentimiento de desesperanza la condujo a cuestionarse todo aquello que había conocido, incluso las cosas en las que tanto había confiado solo cuatro semanas antes de su secuestro.
«Dijo que cuando volvió del monte, vivía dudando. No pudo averiguar cómo se estaba sintiendo su marido, porque este estaba callado acerca de eso. (Y en cuanto a su hija), me dijo que llegó a un punto en su vida en que ni siquiera quería mirarla, que hubo veces en que llegó a decirle cosas como ‘¿No ves por lo que estoy pasando? Estás añadiendo más dolor a mi dolor. Muere y déjame descansar’».
Lo más importante que un proveedor de atención postraumática puede hacer, según Asebe, es escuchar. «Solo estar ahí, presente. Le hice preguntas a Rifkatu que le ayudaron a ver la manera en que se sentía. La animé a realizar actividades, como dibujar algo que muestre el dolor que está sintiendo, y que escriba sus quejas a Dios».
Lentamente, Dios comenzó a trabajar en el espíritu de Rifkatu.
Uno de los elementos más poderosos de la atención postraumática son las sesiones de perdón y de llevar tu dolor a la cruz de Cristo.
«Cuando Rifkatu vino (al centro de atención postraumática), me dijo que nunca perdonaría a sus secuestradores», recuerda Asebe. «Pero después de hacer la sesión del perdón, tomó la decisión de perdonarlos, con la ayuda de Dios. Y me dijo que oráramos juntas para que Dios se lleve el dolor, y que quería volver a comprometerse a dedicar su vida a Cristo para poder continuar con su vida como mujer cristiana».
Rifkatu recuerda el día en que sintió que podía finalmente entregar su carga y su dolor a Jesús.
«Algo que nunca olvidaré es lo de llevar nuestros dolores a la cruz», dice. «Todos escribieron sus dolores en trozos de papel. Cantamos canciones y quemamos nuestros trozos de papel en la cruz. Nos dijeron que, así como las cenizas suben, también nuestros dolores suben ante Dios».
Cuando las cenizas de su dolor subieron al cielo, Rifkatu se dio cuenta de que Jesús le había dado la esperanza que había perdido y el perdón radical del Reino de los Cielos. «Solía decir que nunca perdonaría a los extremistas. Pero desde que vine y recibí estas enseñanzas, los he perdonado en mi corazón. Espero que el Dios Todopoderoso los ayude a arrepentirse».
Ver ese cambio en Rifkatu persuadió a Zamai a aceptar también la atención postraumática.
«Vi un montón de cambios en su vida después de venir aquí», asegura este pastor. «No la he visto llorar ni preocuparse como antes hacía. Tal como es ahora, está siendo liberada; antes, no era libre, estaba llena de preocupaciones».
Como muchos hombres casados con víctimas de violencia sexual, Zamai también se sintió culpable y desgraciado. Este es uno de los efectos buscados que tales asaltos pueden tener en los cristianos.
Zamai pudo ver que su corazón había sido herido y que también necesitaba restauración.
«Cuando mi esposa compartió conmigo lo que los militantes fulani le habían hecho, me dolió un montón», confiesa. «Tomé la decisión de que, si Dios me permitía encontrarme con estos hombres cara a cara, o me mataban, o lo hacía yo con ellos.
Pero cuando vine a la formación sobre restauración, nos enseñaron el perdón y cómo podemos perdonar a otros».
Zamai asegura que el tiempo en el centro de atención postraumática le ayudó a ser capaz de volver a centrar su foco en la esperanza de Jesús. «Reamente, si no hubiéramos tenido la oportunidad de venir a esta atención postraumática,
puede que hoy nuestra relación no hubiera sido restaurada. Ir a la formación me animó y me fortaleció, y me hizo cambiar mi actitud y mi modo de pensar. Por eso, ahora acepto la situación con fe en que
Dios Todopoderoso lo sabe todo».
La relación de Rifkatu con su hija también ha sido transformada. Antes de venir al centro de atención postraumática, su hija era un recuerdo doloroso de sus heridas y de cómo su comunidad la había rechazado. «Me dijo que, antes de venir al centro, podía pasar semanas sin coger siquiera a su bebé. Y que solo verla le molestaba», explica Asebe. «Pero después de las sesiones, me dijo que podía abrazarla, que le encanta estar con su hija, y que se siente feliz. Otras veces… es humana y aún sigue sintiendo ese dolor. Pero sigo orando por ella, animándola y confiando en que Dios quitará eso de ella por completo, y en que su relación será la que Dios quiere que ellas tengan».
«Que el mundo sepa lo que les está ocurriendo a las mujeres cristianas en Nigeria: sus derechos no están protegidos, están siendo traumatizadas y abusadas debido a su fe. Y queremos que esto termine»
El proceso de restauración de Rifkatu está lejos de terminar. Ella y Zamai siguen necesitando las oraciones y el apoyo de su familia de la Iglesia mundial a medida que reedifican sus vidas, su familia y su futuro.
Tristemente, hay muchas más mujeres cristianas como Rifkatu, y no solo en Nigeria sino por todo el África Subsahariana, que necesitan la ayuda de alguien como Asebe que les provea de atención postraumática, para comenzar la restauración que tan desesperadamente necesitan. Pero ellas no solo necesitan tus oraciones y apoyos. También necesitan que seamos su voz para romper el silencio y hablar por ellas.
«Queremos que nuestras voces, las voces de estas mujeres, sean escuchadas», pide Asebe. «Que el mundo sepa lo que les está ocurriendo a las mujeres cristianas en Nigeria: sus derechos no están protegidos, están siendo traumatizadas y abusadas debido a su fe. Y queremos que esto termine».
Esto significa que todos los que clamamos el nombre de Jesús tenemos la responsabilidad de hablar y actuar. «Quiero que el mundo nos ayude y nos dé voz», clama Asebe. «Que haya defensa legal. Que vengan para asistir de todas las maneras que puedan. Que oren, porque lo que los seres humanos no pueden hacer, Dios sí puede hacerlo».
Esa es la razón por la que Puertas Abiertas ha comenzado la campaña de varios años Levántate África. El informe de la Lista Mundial de la Persecución 2025 de Puertas Abiertas muestra que, como mínimo, 1700 mujeres cristianas en África subsahariana han sido asaltadas o acosadas sexualmente solo desde noviembre del 2023 a octubre de 2024. De los 10 países donde hay más violencia sexual contra los cristianos, 8 están en África subsahariana.
Es importante resaltar que estas cifras probablemente sean muy bajas, porque el estigma que rodea este tipo de violencia significa que las denuncias son escasas y pueden ser difíciles de verificar.
Por eso debemos apoyar colectivamente a cristianas como Rifkatu, orar por ellas y hablar a su favor.
La violencia es horrenda, y parece que nadie le presta atención. Pero por la gracia de Dios, cada uno de nosotros tiene un papel que desempeñar aquí.
¿Te pondrás hoy del lado de Asebe, Rifkatu y su hija?
He aquí tres modos en que tú sí puedes detener la violencia e impulsar la regeneración:
Añade tu nombre a la petición Levántate África de Puertas Abiertas; y si ya has firmado, pide a otros que firmen también. La petición está abierta hasta 2026.
Pero, por favor, envía tu firma lo más pronto posible para ayudarnos a impulsarla y reunir suficientes como para presentarlas ante la Unión Africana, la Unión Europea y las Naciones Unidas. Nuestro objetivo es conseguir 1 millón de voces de oración y defensa legal, uniendo nuestras peticiones a las de la Iglesia en el África Subsahariana.
El mundo no presta atención, pero creemos que 1 millón de peticiones conseguirá que los que están en el poder se detengan ante esta realidad y le presten atención.
Con 35 € se puede regalar atención postraumática a mujeres cristianas perseguidas con violencia extrema como Rifkatu.
Un donativo como este puede fortalecer a los trabajadores de atención postraumática como Asebe para proveer de la ayuda que tan urgentemente se necesita.
Y tu ofrenda hoy puede también ayudar a formar a otros cristianos a reconocer las heridas de su trauma y a comprender como lidiar con ellas.
Pero la cosa más importante y poderosa que puedes hacer es orar.
Ora por Rifkatu y su familia:
• «Aún sigo teniendo un montón de pesadillas», nos confiesa Rifkatu. «Sueño con los militantes fulani; a veces nos persiguen. Ora para que el Dios Todopoderoso me quite estas pesadillas».
• «Ora para que Dios fortalezca a mi marido para ser capaz de proveer las necesidades de nuestra bebé, porque es el único en la familia que puede trabajar. Yo tengo que estar con la pequeña porque no puedo conseguir que alguien la cuide por mí, y no es lo suficientemente mayor para estar sentada mientras yo trabajo.
• «Ora para que Dios fortalezca a mi bebé. Es inocente. Pide a Dios que la sane de modo que la gente se asombre por Sus maravillas. Ora para que Dios la restaure de modo que otros puedan ver y confiar en Dios».
• La historia de Rifkatu solo es una de más de 1700 historias similares que han sucedido en el último año (como mencionamos anteriormente). Ora para que Dios proteja y sane a estas mujeres, y las traiga a un lugar donde puedan ser restauradas. Pide a Dios por más creyentes como Asebe que ayuden a comenzar la regeneración de las vidas de estas mujeres. Y ora para que estas hermanas sepan que no están solas.
*Nombres cambiados por motivos de seguridad.