
Hakuri* se acurrucaba en el suelo de su colegio, protegiéndose a sí misma y a su joven familia.
Su pueblo de Níger había sido atacado por extremistas islámicos, yihadistas con conexiones con el grupo Estado Islámico. El pueblo se había acostumbrado a tiroteos frecuentes.
Pero, esta vez, los disiparos no se detuvieron.
«Mi marido y yo junto a nuestros niños pequeños estábamos en nuestra casa», recuerda Hakuri.
Al principio se agacharon para ponerse a cubierto, como solían hacer cuando escuchaban tiros, pero luego los extremistas comenzaron a quemar las casas. «Cuando [las] cabañas [empezaron] a arder, la gente salió y empezó a correr, y fue entonces cuando
los yihadistas empezaron a disparar [a los hombres]», recuerda.
Incluso antes del ataque, la comunidad de Hakuri había ido cambiando debido a las amenazas de los militantes islámicos. Los extremistas ya habían impuesto códigos estrictos de vestimenta islámicos en las zonas próximas, exigiendo que todas las
mujeres, independientemente de la religión, estuviesen cubiertas de pies a cabeza cuando estuvieran en el exterior. Adicionalmente, la iglesia de Hakuri no podía cantar en voz alta y solo podía celebrar un culto cuando había soldados patrullando
el pueblo. Estaba claro que los yihadistas no tolerarían nada más que su interpretación extremista del islam.
«Estoy pagando el precio de seguir a Jesús en África. Pero nunca podré decir que Dios me ha rechazado»
Tras desatarse este nuevo y más terrible ataque, Hakuri y sus hijos pudieron huir al colegio. Los extremistas habían llevado a las mujeres y niños a un edificio donde les dijeron que no tenían intención de matarlos. Pero el grupo asustado se preocupó aún más cuando los extremistas anunciaron que, si encontraban a cualquier hombre, le matarían.
Hakuri y las otras mujeres miraron a sus hijos y supieron que la edad no les protegería. «Les quitamos la ropa a nuestros hijos y les pusimos ropa femenina», recuerda Hakuri. «Les vestimos con [velos para la cabeza], faldas y envolturas, y luego nos marchamos».
Mientras dejaban la aldea, vieron los cadáveres que habían dejado; Hakuri contó al menos 18. No sabía si su marido se encontraba entre ellos, pero pronto descubrió que había sido asesinado durante el ataque. «Vimos algunos cadáveres de hombres que había sido asesinados en el pueblo durante el ataque. Como los hombres estaban desperdigados, no sabíamos exactamente cuantas personas habían muerto», se lamenta.
Mientras huían del pueblo, los extremistas les siguieron, sospechando que había hombres y niños disfrazados de mujeres. «Les dijimos que no teníamos ningún hombre con nosotros [y que] todas las jóvenes eran chicas», dice Hakuri. « [Dijimos] que los chicos se dispersaron y que no sabíamos dónde estaban».
El grupo continuó, cortándose los pies en el camino empedrado, mientras los extremistas les decían que no tenían permitido parar para descansar ni para coger agua. «Viajamos solas sin nuestros hombres; viajamos solo con nuestros hijos».
Más tarde, tras varias comprobaciones, los militantes les dejaron y la multitud continuó intentando encontrar un lugar seguro para parar.
La parte de Níger dónde vive Hakuri es excesivamente inestable, ya que incluso comunidades más grandes están en riesgo de ser atacadas por militantes islámicos cuyo objetivo principal son cristianos y musulmanes que no se adhieren a la interpretación extrema del islam. Incluso cuando Hakuri y sus hijos encontraron un lugar más seguro, seguían en peligro: ahora, habían sido desplazados sin ningún ingreso o esperanza para el futuro.
Hakuri encontró refugio alquilando una habitación en una casa musulmana, pero no estaba segura de cómo llegar a fin de mes.
Al fin y al cabo, vive con sus hijos y su suegra. Como muchas mujeres en esta parte del mundo, ella dependía de su marido para proveer seguridad económica a la familia.
«La vida se ha vuelto realmente complicada para mí y mis hijos», se lamenta. «Tenemos que comprar leña, agua, comida, y más cosas; vivir en este pueblo requiere dinero, y yo no tengo un marido. La vida se ha vuelto muy difícil para mí».
Hakuri vende pequeñas tartas hechas de alubias para llegar a fin de mes, y cualquier tarta que no vende la usa para alimentar a su familia.
Algunas veces, si las ventas son bajas, sus hijos se ven obligados a salir a mendigar a la comunidad.
Esta es la realidad actual de muchos cristianos en esta parte de Níger, donde hombres y mujeres son atacados. En el caso de Hakuri, la perdida de su marido significó la perdida de cualquier tipo de estabilidad además del dolor emocional de
perder al hombre que amaba.
Al atacar a hombres y niños, los yihadistas saben que están destruyendo el futuro de familias cristianas, creando caos económico y desplazamientos masivos que puede destruir comunidades de fe y debilitar el testimonio de la Iglesia.
Y aún así, Hakuri no le ha dado la espalda a Dios. «No diré que Dios me ha rechazado», asegura firmemente. «Pero sí puedo decir que estoy pagando el precio por seguir a Jesús».
Cuando los colaboradores locales de Puertas Abiertas escucharon sobre la situación de Hakuri, pudieron enviarle una pequeña ayuda económica y práctica para ayudarla con sus necesidades inmediatas. Gracias a tu apoyo, pudo recibir dinero suficiente para ayudar a pagar su alojamiento y algo de comida.
«Mi pastor me llamó y me dijo que [colaboradores de Puertas Abiertas] le habían enviado dinero para comprar un paquete de arroz, aceite, y [más comida] para mis hijos», agradece. Esto ayudó a aliviar sus preocupaciones más inmediatas.
Pero Hakuri también necesitaba recuperarse de sus heridas más profundas. Los colaboradores de Puertas Abiertas la conectaron con nuestro servicio de atención postraumática, lo que le ha ayudado a ver cómo continuar su camino con Jesús incluso con la increíble incertidumbre y dificultad que trae el desplazamiento y la vida como viuda.
«Antes de recibir esta ayuda frente al trauma, no podía dormir bien», dice. «He estado pensando en mi marido día y noche, pero ahora que he recibido entrenamiento para sobrellevar el trauma, veo cambios en mi vida. Ahora puedo dormir bien y ya no me preocupo en exceso por la ausencia de mi marido».
También llegó a ver cómo su ansiedad podía afectar negativamente a sus hijos. Sabe que, trabajando por encontrar la paz del Señor, puede ayudarles a ver que hay esperanza. «Si quieres hacer algo positivo pero tienes preocupaciones grandes en tu vida, no puedes hacerlo», dice. «Si no fuera por la atención postraumática que he recibido, no sería capaz de hablar así; antes cuando intentaba hablar, siempre terminaba llorando».
«Ruego a los cristianos del mundo que oren por nosotros. Necesitamos paz; orad para que Dios fortalezca nuestra fe en Cristo y podamos resistir la persecución»
La situación de Hakuri no se ha resuelto, aún vive la vida inestable de una cristiana viuda desplazada en un sitio peligroso. Pero gracias a tus oraciones y apoyos, ella siente que puede continuar.
Por ahora, esta cristiana africana nos pide que oremos por ella. Pero su petición principal puede ser sorprendente, ya que no es por comida o por alojamiento estable (cosas que son necesarias para cualquier ser humano). En su lugar, su mayor petición es por resiliencia en su fe. «Ruego a los cristianos del mundo que oren por nosotros. Necesitamos paz; orad para que Dios fortalezca nuestra fe en Cristo y podamos resistir la persecución».
Esta poderosa oración muestra que Dios sigue presente, incluso cuando los desplazamientos y la violencia buscan hacer desaparecer a su pueblo. Hakuri y otros creyentes en Níger continúan bajo persecución, pero tienen esperanza en que su fe perdurará,
ayudándoles a vivir la paz y el amor de Dios aquí en la Tierra.
Aquí tienes tres maneras en las que puedes detener la violencia e impulsar la restauración
Añade tu nombre a la petición Levántate África de Puertas Abiertas. Si ya has firmado, anima a otros a hacerlo también. La petición permanecerá abierta hasta 2026, pero cuanto antes envíes tu firma, mejor podremos presentar nuestras voces unidas ante la Unión Africana, la Unión Europea y las Naciones Unidas.
Nuestro objetivo es alcanzar 1 millón de voces de oración y defensa legal, sumando nuestras peticiones a las de la Iglesia en el África Subsahariana.
El mundo guarda silencio ante tanta injusticia, pero creemos que 1 millón de voces pueden hacer que quienes tienen poder escuchen y actúen.
Con 35 € se puede regalar atención postraumática a mujeres cristianas perseguidas con violencia extrema como Hakuri.
Un apoyo así fortalece a los colaboradores locales de Puertas Abiertas que acompañan a estas mujeres en su proceso de sanación, ayudándolas a recuperar la esperanza y a reconstruir sus vidas.
Tu donativo hoy puede también formar a otros cristianos desplazados para que aprendan a reconocer las heridas de su trauma y puedan seguir adelante confiando en el Señor.
Pero lo más importante y poderoso que puedes hacer es orar.
Ora por Hakuri y por tantos cristianos en el África Subsahariana que enfrentan persecución y desplazamiento. Ella no ha perdido su fe. Aun viviendo desplazada, confía en que Dios sigue con ella. Su mayor petición no es por dinero ni estabilidad, sino por resiliencia en la fe:
«Ruego a los cristianos del mundo que oren por nosotros. Necesitamos paz; orad para que Dios fortalezca nuestra fe en Cristo y podamos resistir la persecución».
Esta es la oración que Hakuri nos deja hoy: que su historia te inspire a unirte a ella en oración, a apoyar a los colaboradores locales de Puertas Abiertas y a alzar tu voz por la Iglesia perseguida en África.
*Nombres cambiados por motivos de seguridad.