
Alicia* solo tiene 12 años, pero ya ha enfrentado una fuerte persecución por su fe en Jesús.
Las amenazas no tienen sentido para ella. «No somos malas personas y no hacemos daño a nadie», dice. «Solo adoramos a Jesús».
Pero en este remoto rincón de Oaxaca, México (país número 31 en la Lista Mundial de la Persecución 2025),
«adorar a Jesús sale muy caro».
Cuando dice que temía por su vida y la de su familia, no exagera. Han perdido el acceso a servicios básicos, han sido amenazadas con violencia y han visto cómo se pisoteaban sus derechos, garantizados por la Constitución mexicana.
A pesar de todo, Alicia sigue aferrándose a las promesas de Jesús.
«Jesús vino a salvarnos de nuestros pecados», afirma. «Lo que más me gusta de Él es que nos ama profundamente; sin importar quiénes seamos, Él quiere que todos se salven».
¿Cómo se explica una fe tan profunda en una niña tan joven? ¿Y cómo ha podido soportar tanto dolor?
«Discutieron si era mejor derribar nuestras casas o quemarlas. Al final, decidieron quitarnos todo. Nos cortaron la electricidad y el agua y nos quitaron nuestras tierras. Se llevaron... todo lo que teníamos»
Puede parecer sorprendente escuchar que hay cristianos perseguidos en México. Sin ir más lejos, más del 95 % de la población se identifica como cristiana, según la Base de Datos Cristiana Mundial.
Sin embargo, en algunas zonas rurales de México, como aquella donde viven Alicia y su familia, la religión está profundamente unida a la identidad cultural. En estas comunidades indígenas, la gente dice ser «católica», pero se
trata de un catolicismo distinto al practicado en el resto del país (e incluso al del resto del mundo). Las tradiciones católicas se mezclan con creencias religiosas prehispánicas.
«Ni siquiera leen la Biblia cuando se reúnen», explica Flor*, la madre de Alicia, que creció en ese sistema de creencias. «Dicen que aceptan otras religiones, pero solo si sigues sus costumbres. Así que no hay verdadera libertad».
En estas comunidades, los rituales ancestrales tienen más peso que la doctrina oficial del catolicismo romano. Las ceremonias suelen celebrarse en lugares naturales, como cuevas o manantiales, e incluyen el encendido de velas,
fuegos artificiales y ofrendas, costumbres que provienen del antiguo culto a deidades como Tláloc, dios de la lluvia. Estas figuras fueron sustituidas simbólicamente por santos católicos, pero la base espiritual sigue arraigada en las creencias
indígenas tradicionales.
Dentro de esta versión del «catolicismo» indígena apenas hay espacio para adorar a Jesús ni para seguir verdaderamente Sus enseñanzas, y mucho menos para aceptar a quienes deciden vivir conforme al Evangelio.
Por eso, cuando la familia de Alicia y otras 18 familias cristianas se negaron a participar en las fiestas religiosas locales, sufrieron represalias. Estas celebraciones incluyen la veneración de imágenes y santos, considerados
dioses capaces de traer la lluvia, bendecir las cosechas o traer curación.
«Un cristiano no debe hacer eso», dice Alicia. «El Señor nos ha enseñado a adorarle solo a Él».
Cuando el padre de Alicia y otros dos hombres cristianos explicaron su decisión en la asamblea del pueblo, los líderes respondieron con violencia. Los hombres fueron arrestados; uno de ellos incluso fue golpeado.
«Nunca habíamos visto nada parecido», recuerda Alicia.
Aunque fueron liberados tras la intervención de un grupo de mujeres cristianas, la persecución se intensificó rápidamente. Tres días después, la comunidad tomó cartas en el asunto.
«Se reunieron solo para hablar de nosotros, los cristianos», recuerda Alicia. «Discutieron si era mejor derribar nuestras casas o quemarlas. Al final, decidieron quitarnos todo. Nos cortaron la electricidad y el agua y nos quitaron nuestras tierras.
Se llevaron... todo lo que teníamos».
A los hombres cristianos, en su mayoría agricultores, se les prohibió trabajar sus tierras. Las familias sobrevivieron gracias al apoyo secreto de unos pocos familiares valientes. Pero ayudar a los creyentes era peligroso: quien los ayudara se
arriesgaba a sufrir el mismo castigo.
Ni siquiera los niños se salvaron. «Querían prohibirnos ir a la escuela o recibir atención médica», cuenta Alicia.
Finalmente, se avisó a los cristianos que serían expulsados del pueblo, o algo peor, si seguían desafiando las costumbres de la comunidad.
«Lo que más miedo me daba era que nos mataran... que nos quemaran uno por uno», recuerda Alicia, visiblemente afectada por el recuerdo. Los amigos, familiares y vecinos que antes los cuidaban ahora los miraban con hostilidad. Parecía como si toda
la comunidad quisiera que los cristianos desaparecieran.
«
Me sentía profundamente preocupada porque lo estábamos perdiendo todo... incluso miembros de nuestra propia familia se volvieron en nuestra contra por dejar de contribuir a los festivales», dice Alicia.
¿Qué otra cosa podían hacer sino orar y cantar?
A Alicia le rompió el corazón ver a su hermana llorar porque no tenían electricidad para jugar o ver la televisión, y ver a sus padres derrumbarse ante tanta presión.
«Sentí una profunda tristeza y dolor, por lo que nos estaban haciendo y también por [nuestros perseguidores]», recuerda.
A solas, Alicia cantaba y oraba a Dios. «En la alabanza encontré respuestas. Palabras que resonaban en mi mente», dice. Incluso ahora, dondequiera que va, lleva consigo su guitarra y, con ella, canciones de adoración. Quienes la
conocen hablan de lo mucho que canta, dejando tras de sí un rastro de esperanza y fe.
«La música me ayuda a comunicarme con Dios», afirma.
Aprendió a tocar la guitarra siendo muy pequeña, después de que unos misioneros visitaran su comunidad para hablarles de Jesús y organizar actividades para los niños. No fue su primer encuentro con Cristo, pero sí un punto de inflexión en su camino
espiritual. A través de esa experiencia, Alicia descubrió una forma muy personal de conectar con Dios.
«Mi relación con Él se basa en la oración, la lectura de la Biblia y cantarle», dice. «Siempre le canto. Incluso en mi mente o mientras hago mis tareas. Él me dio el don de la música y me ha dicho que soy Su hija, la que Le canta y Le alaba».
Hay una canción que Alicia conoce muy bien: Cuando una lágrima cae, del líder colombiano de alabanza Alex Campos:
«Lágrimas benditas que hoy Tú me secas,
benditas tus manos que hoy me consuelan,
bendito desierto donde Tú me encuentras».
Alicia canta estos versos con emoción: fue una de las formas en que Dios la sostuvo cuando ella y su familia fueron rechazadas por su fe.
Sentía que Dios le hablaba a través de la música, la oración e incluso las visiones. «Me dijo: “No temas, estoy aquí. Soy tu Padre; cuido de ti. Tengo un plan mejor para ti”», afirma.
La Biblia también fortaleció el corazón de Alicia. Versículos como Josué 1:9 («Sé fuerte y valiente») y las historias de Daniel en el foso de los leones o de Sadrac, Mesac y Abednego en el horno ardiente la animaron a mantener su esperanza y su confianza en Jesús. «Me inspiró ver que ninguno de ellos renunció a su fe y cómo Dios los protegió», dice. «Eso me dio esperanza, saber que Él también tiene un plan para nosotros».
Poco después de que comenzara la violencia, los colaboradores locales de Puertas Abiertas se enteraron de lo ocurrido y visitaron la comunidad de Alicia.
La ayuda era urgente: su padre no podía trabajar y los recursos se estaban agotando.
Junto a otras 11 familias cristianas, la familia de Alicia participó en un curso de Preparación para la persecución impartido por Puertas Abiertas. Por primera vez, los creyentes aprendieron el término «persecución» y cómo afrontarla desde
una perspectiva bíblica.
Una de las partes más importantes de la formación fue aprender sobre el perdón: vivir el desafío que Jesús enseñó a Sus discípulos en la oración. A través de la oración, Flor comenzó a sanar.
«Nos enseñaron a perdonar a quienes nos hacen daño. Poco a poco, mi corazón comenzó a sanar y empecé a perdonar».
El equipo de Puertas Abiertas siguió visitando a los creyentes, y sus palabras de aliento y oración fueron un bálsamo para la familia de Alicia.
En el momento más difícil de la persecución, Alicia comenzó a escribir un diario, pero no uno cualquiera: era un diario de oración.
«Sentía que Dios me escuchaba cuando escribía», dice. «Quería que Él supiera por lo que estábamos pasando, que cambiara mi vida... y la de estas personas».
Escribir ayudó a Alicia a expresar lo que su voz no siempre podía decir. En cada línea encontraba consuelo y esperanza. «Escribí para recordar lo que había vivido y cómo Dios me ayudaría a superarlo», cuenta. «Así, cuando vuelvan
los momentos difíciles, podré recordar y seguir adelante».
Lo que más destaca es su decisión de orar por sus perseguidores, inspirada por las enseñanzas sobre el perdón y la reconciliación que sus padres aprendieron en los seminarios de Preparación para la persecución.
Por eso, en su pequeño cuaderno, Alicia anotaba la fecha y los nombres de quienes habían hecho daño a su familia, junto con cada experiencia dolorosa.
«No quería olvidar; quería orar por ellos», dice con sinceridad. «Oré para que se dieran cuenta de que lo que hacían estaba mal, y para que Dios les mostrara que Él es el único Dios».
Durante los momentos más oscuros, Alicia y su familia siguieron orando y adorando a la luz de las velas, recurriendo una y otra vez al don que Dios les había dado: la música.
Aunque otras familias abandonaron la comunidad, la familia de Alicia decidió quedarse. Junto con los cristianos que permanecieron, comenzaron a ayunar y orar de madrugada.
«Nos reuníamos a la 1 o las 2 de la mañana para pedirle a Dios que nos guiara», recuerda.
Entonces, presenciaron un milagro. Los líderes de la aldea accedieron a hablar. «Dijeron que podíamos quedarnos si pagábamos una multa», recuerda Alicia. Su familia pidió dinero prestado para pagarla. «Lo vimos como una respuesta de Dios. Ocurrió
justo después de empezar a orar por las mañanas temprano».
Poco a poco, algunos de sus derechos fueron restituidos. Se restablecieron los servicios, y aunque su padre no recuperó sus tierras, se le permitió trabajar en la finca de un vecino. Además, con la ayuda del proyecto de Puertas
Abiertas, la familia ha podido recuperar su sustento y dignidad, encontrando esperanza, propósito y medios para mejorar su calidad de vida, sin dejar de ser sal y luz en medio de la adversidad.
«Las ovejas están creciendo», dice Alicia. «Cuando se reproduzcan, podremos vender los corderos».
Ahora Alicia y los demás cristianos pueden seguir a Jesús en su comunidad, aunque con muchas restricciones. «No podemos construir una iglesia ni hablar abiertamente de nuestras creencias», dice. «Si lo intentamos, podrían quitarnos todo otra vez».
«Nos enseñaron a perdonar a quienes nos hacen daño. Poco a poco, mi corazón comenzó a sanar y empecé a perdonar»
Aun así, siguen adorando a Jesús, reuniéndose en sus casas, especialmente en Navidad. Su celebración puede ser sencilla, pero sus corazones están llenos. Su Navidad consiste en dar gracias a Dios por lo que ha hecho y confiar en
lo que hará. Han probado Su bondad y confían en que Él estará con ellos, incluso bajo riesgo constante.
Alicia y su familia oran por su comunidad, para que algún día conozca a Jesús. «Espero que Dios toque sus corazones y cambie sus costumbres», dice, «para que nos permitan seguir a Jesús libremente».
La música sigue llenando sus días. Dirige la alabanza todos los domingos en su iglesia en casa, animando a su comunidad, igual que la alabanza la animó a ella en la oscuridad.
«Si alguien está triste, cantamos para recordarle que Dios está con nosotros», dice con esperanza. «Si nos sentimos desanimados, cantamos para levantar el ánimo». Pase lo que pase, Alicia y los demás cristianos de esta comunidad seguirán cantando, con esperanza en las promesas de Cristo.
*Nombres cambiados por motivos de seguridad.